La pandemia de covid-19 ha golpeado duramente a la economía brasileña y, más concretamente, a la participación de las mujeres en el mercado laboral. Más de la mitad de la población femenina mayor de 14 años se encontraba fuera del mercado laboral en el tercer trimestre de 2020, según los datos más recientes del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). Esto significa que la tasa de participación de las mujeres en la población activa del país, empleadas o desempleadas en busca de trabajo, era sólo del 45,8%, mientras que la de los hombres era del 65,7%. La tasa de paro, que representa la tasa de desempleo, fue del 12,8% para los hombres, del 16,8% para las mujeres y del 19,8% para las mujeres negras.
Pernambuco es uno de los estados brasileños con mayor tasa de desempleo, un 18,8% frente a la media nacional del 14,6%. En este estado de la región nordeste de Brasil se encuentra la ciudad de Caruaru, ubicada a 136 kilómetros de la capital costera del estado, Recife. Allí vive la trabajadora Dukarmo Carvalho, que actualmente se encuentra en una situación que ella misma define como de “vulnerabilidad social”, según sus palabras.
Antes de la pandemia, la principal ocupación de Dukarmo era recoger retazos en las calles de la Feria de Sulanca, un famoso comercio popular de ropa en el agreste de Pernambuco, para fabricar paños de cocina. Con la pandemia, muchas fábricas de ropa cerraron y en su producción pasó a ser realizada con retazos de mascarillas producidas con TNT, sigla de “tela no tejida”, de baja calidad para la producción de paños de cocina. “Así que no podemos utilizar estos materiales en paños de cocina”, se lamenta Carvalho, que ahora está desempleada.
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Hoy, esta madre de siete hijos y abuela de cuatro nietos vive en una pequeña casa con tres familias formadas por sus hijos. Sus ingresos provienen del Bolsa Familia, un proyecto de ayuda económica creado en el gobierno de Lula da Silva. “Hoy vivimos por debajo de la línea de pobreza, nos acercamos a la miseria, a un país de muchos suicidios, de gente con trastornos mentales, porque hay que ser fuerte para mantener una familia. Antes, teníamos que elegir si íbamos a comer por la mañana, por la tarde o por la noche”, dice Dukarmo, que también forma parte del movimiento por la vivienda en la región. Hoy, “nuestra vida es el desayuno y la cena. Sólo los niños tienen merienda y almuerzo”.
“Las mujeres tenemos que hacer que alcance el arroz, la carne, repartir el huevo para dos personas. Hay que hacer el arroz, escurriendo el agua para poner otros alimentos, para aprovechar el calor. Tenemos dificultades hasta para comprar nuestras toallitas, ¿con qué dinero? Tienes que comer. Esto afecta a la cuestión de la higiene. Lavarse el pelo con champú, usar un producto de higiene”.
Entre las jefes de hogar, como Dukarmo Carvalho, la tasa de paro ya era mayor entre las mujeres que entre los hombres en el tercer trimestre de 2019: 10,7% frente a 5,7%, respectivamente. En 2020, en el mismo periodo, las tasas eran del 14,4% para las mujeres y 7,6% para los hombres, según el IBGE.
Una realidad que no es nueva
Según Patrícia Pelatieri, coordinadora de investigación y tecnología del Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (DIEESE), hay razones estructurales para este escenario, más allá de la pandemia y la crisis económica. Existe, estructuralmente, una brecha salarial y de puestos entre hombres y mujeres, negros y negras y jóvenes. Incluso las mujeres con estudios superiores ocupan puestos de trabajo menos valorados, generalmente en las profesiones de cuidados, como la salud.
“Ya tenemos una estructura de mercado laboral desorganizada y desigual. Con la crisis, las poblaciones más vulneradas fueron mucho más afectadas. El primer impacto se produjo entre las trabajadoras informales y domésticas”, explica Pelatieri.
De este sector, según la investigadora, los datos del IBGE registran una caída de 400 mil empleos con todos los beneficios de la ley y 1,2 millones de empleos informales. En el tercer trimestre de 2019, había 5,8 millones de mujeres en trabajos domésticos e informales, en el mismo periodo de 2020, esta cifra se redujo a 4,2 millones.
Un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) publicado en noviembre de 2020 constató que había un 76% más de mujeres que de hombres sin trabajo a finales del segundo trimestre de 2020: 321 millones de mujeres desempleadas frente a 182 millones de hombres. La ONU se basó en los datos de desempleo de 55 países de ingresos altos y medios.
Sin perspectiva
Con el recrudecimiento de la pandemia, disminuyen las perspectivas de encontrar trabajo para las mujeres como Elen Ramalho, de 35 años y residente en Cidade Tiradentes, un barrio popular de la ciudad de São Paulo. “Sólo siento angustia, miedo e inseguridad, porque podemos ver que las cosas no van a mejorar, incluso porque no hay una planificación para esto. Para mejorar el empleo, la salud tiene que estar bajo control. ¿Cómo vamos a tener trabajo?”, se pregunta Elen, que está desempleada desde hace dos años y vive de trabajos informales.
Ramalho vive con su madre, su padrastro y sus dos hijos pequeños en una obra inacabada del programa Minha Casa Minha Vida [Mi casa, mi vida], un programa de vivienda social que también se puso en marcha durante el gobierno del Partido de los Trabajadores. Sólo gracias a la ayuda de emergencia de R$ 600 [aproximadamente US$ 100] y ahora al subsidio del Bolsa Familia, que corresponde a 220 reales (US$ 38), junto con la ayuda económica de su madre, Ramalho ha podido mantenerse a sí misma y a sus hijos en los últimos meses. “Gracias a Dios, si no nos moriríamos de hambre, pero vivo al límite”, dice.
Menos ingresos y más violencia: mujeres están entre los más afectados por la pandemia
Al otro lado de São Paulo, en el extremo sur de la ciudad, en Capão Redondo, para Graciela da Silva, de 35 años, también es difícil vislumbrar una mejora significativa desde que fue despedida en mayo de 2020, al inicio de la pandemia. Hasta entonces, Silva era subcontratada, hoy trabaja de manera informal para asegurar un ingreso mínimo para sobrevivir, sin un ingreso fijo. La situación la llevó a abandonar la universidad, y no tiene perspectivas de volver.
Para Graciela, quien debería cambiar el rumbo de la pandemia y de la crisis económica, el presidente Jair Bolsonaro, viene actuando en sentido contrario. “Hay muchas cosas que están dejando que desear. Tenía que actuar con humanidad, eso no es lo que está ocurriendo. Hay muchas cosas que podrían evitarse, pero que no lo son”, afirma.
Sin embargo, la situación actual no es sólo el resultado de la pandemia, sino de decisiones políticas y económicas, como dice Patricia Pelatieri. La sensación es que “estamos predestinados” a esta situación, pero no es cierto.
“Es una consecuencia de las decisiones políticas y económicas. Se puede pensar caminos fuera de esta lógica neoliberal que pueden traer desarrollo económico con igualdad social. Se puede pensar en un proyecto de desarrollo para el país que contemple la eliminación de la desigualdad social, de género, raza y generacional”, dice la investigadora.
Mientras tanto, “el país en el que vivimos hoy ni siquiera podemos elegir nuestras comidas, mucho menos tener sueños”, se lamenta la trabajadora Dukarmo Carvalho en el interior de Pernambuco, en la región noreste de Brasil.
Edición: Vivian Fernandes